La locura de la montaña, de la pradera, cabin fever (síndrome de la cabaña en español) es un término que cobra vigencia ahora con el fin del confinamiento.
En realidad no es una entidad clínica incluida en el DSM-V. Manual diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales.
Se comenzó a estudiar en la década de los ‘80s en EE.UU. si bien su origen aparece a comienzos del siglo XX en los primeros colonizadores que tenían que pasar temporadas encerrados por las condiciones climáticas sobre todo. Se trata de un estado mental causado por ese confinamiento, aislamiento y soledad.
“Todas las condiciones psicológicas son construcciones sociales que crean una realidad porque un número sustancial de personas concuerdan en su validez y realidad”, explicó el Dr. Paul C. Rosenblatt, profesor emérito de Ciencia Social de la Familia de la Universidad de Minnesota, en Estados Unidos.
Entre la sintomatología más frecuente que recogió se encuentran la sensación de insatisfacción en el hogar, desasosiego, aburrimiento, irritabilidad y necesidad de romper la rutina.
“Para los profesionales de la salud, la fiebre de cabaña se asocia con términos como ‘claustrofobia’ o ‘trastorno afectivo estacional’”, explicó Rosenblatt.
“En conversaciones informales he escuchado sinónimos como ‘fiaca’, ‘desgano’, ‘caminar por las paredes’, ‘sentirse atrapado’ e ‘inquietud’”.
Hay que resaltar que existen formas de confinamiento percibidas de manera diferente en función de las situaciones y circunstancias específicas individuales. No es lo mismo estar confinados en un pequeño piso con una familia numerosa, que en en un chalet con espacio exterior y apoyo social abundante.
En nuestra sociedad existen condiciones similares en personas que por su trabajo deben permanecer enclaustrados, es el caso de marinos, religiosos de clausura, reclusos o zonas rurales despobladas en época invernal, como es el origen de este término.
En el confinamiento para evitar el contagio por coronavirus, las circunstancias son diferentes, pues es un estado transitorio y con información constante del exterior, no exige un aislamiento social, pues contamos con las tecnologías para paliarlo. Si bien es cierto que se puede producir un efecto rebote en determinados casos en los que las personas se adaptan a este confinamiento y tengan que pasar ahora por un periodo nuevo de adaptación a salir a la calle, precisamente por miedo al contagio, por perder su referente de seguridad en su casa.
La actividad física, las rutinas en casa de ciclo vigilia-sueño, el contacto social y esencialmente hacer este desconfinamiento de forma gradual, motivada y en determinados casos, como es con niños, personas dependientes o quienes tienen patologías previas de agorafobia, con ayuda profesional.
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tenemos que aprender nuevas actividades nuevas rutinas de convivencias y adaptarnos a la realidad actual que vivimos.