Las modernas organizaciones están inmersas en un mundo globalizado, donde la inmediatez y la eliminación de barreras, ya sean de fronteras, idiomas o localización modelan un nuevo estilo y unas necesidades que eran impensables en décadas anteriores.
Ahora cobra valor el desarrollo profesional; hemos pasado del concepto de trabajador o empleado a cliente interno. De jefe a líder, y precisamente el liderazgo es una de las claves diferenciales en cada organización. Incluso más que los edificios, el número de personas que la integran o la facturación que alcanza.
Así que, de jefe a líder, la diferencia desde mi punto de vista consiste en el modo en que se relaciona un directivo con su equipo de colaboradores, también con quienes tiene que rendir cuentas, pero sobre todo con sus colaboradores más cercanos. Un líder facilita y promueve emociones positivas, y digo esto porque prioriza los espacios de comunicación, mejora las relaciones y crea valor, construyendo organizaciones más humanas y al mismo tiempo más productivas. No olvidemos que una de las causas del absentismo laboral reside en la calidad del clima laboral.
Y todo esto cuando se abre una nueva Era en las empresas con un acceso inmediato a la Inteligencia Artificial, ese super algoritmo que convierte en conocimiento un simple trozo de información ¿Acaso eso nos hará más productivos? ¿Reducirá el absentismo? ¿Evitará accidentes laborales? Probablemente facilite algunos aspectos de nuestra vida en el trabajo, aunque si no va acompañada de una Inteligencia Emocional corremos el riesgo de convertirnos en súbditos del algoritmo, dejando de lado otros aspectos más importantes en la vida de las personas.
Somos más fáciles de convencer mediante argumentos dirigidos al corazón, a las emociones, que a la razón. Esto se debe a la conexión neuronal en una especie de autopista cerebral —un conjunto de neuronas que conectan los lóbulos prefrontales con la región profunda del cerebro que alberga nuestras emociones— De modo que resulta ciertamente paradójico que las habilidades «blandas» tengan una importancia decisiva en el éxito profesional en los dominios más duros.
Esta es como ya hemos dicho, la gran cruzada de Goleman: que desde todos los ámbitos posibles se comience a considerar la inteligencia emocional y sus competencias como claves para el éxito personal y profesional, y especialmente en el caso de quien tiene responsabilidades con personas como es el caso de directivos y mandos intermedios.
Hace unos años publiqué un artículo con un decálogo de lo que suponía un líder en la Sociedad del Conocimiento, muchas de las características y competencias que incluía ese decálogo siguen vigentes, ahora más que nunca como contraposición a la llegada de la Inteligencia Artificial a las empresas. Recogía los cinco pilares básicos de la Inteligencia Emocional, a saber:
1.- El conocimiento de las propias emociones. Es decir, el conocimiento de uno mismo, la capacidad de reconocer un mismo sentimiento en el mismo momento en que aparece, constituyendo la piedra angular de la IE
2.- La capacidad para gestionar las emociones. La conciencia de uno mismo es una habilidad básica que nos permite controlar nuestros sentimientos y adecuarlos al momento.
3.- La capacidad de motivarse a sí mismo. Con esto Salovey y Mayer, y más tarde Goleman, quieren hacernos entender que el control de la vida emocional y su subordinación a una meta puede resultar esencial para «espolear» y mantener la atención, la motivación y la creatividad. Es decir, esta habilidad ayuda a aumentar la competencia no sólo social sino también la sensación de eficacia en las empresas que se acometen. Este aspecto se relaciona también con el concepto de Inteligencia Exitosa propuesto actualmente por Sternberg (1998).
4.- El reconocimiento de las emociones ajenas. La empatía, es decir, la capacidad para poder sintonizar con las señales sociales sutiles indica qué necesitan o qué quieren los demás.
5.- El control de las relaciones interpersonales. Es una habilidad que presupone relacionarnos adecuadamente con las emociones ajenas y poder influir en los demás de manera positiva.
Sobre estos pilares descansan las competencias necesarias para ser un buen directivo en estos tiempos de nuevos retos, nuevas puertas a la inteligencia: artificial, emocional, social; al conocimiento y a un modo de relacionarnos distinto. Reproduzco el decálogo del líder en esta nueva Era.
- Crea futuro. Y lo hace sobre soportes viables. Apuesta por las ideas, por los hechos y, sobre todo, por las ideas que se transforman en hechos. Lo hace mirando hacia el futuro sin olvidar que es en el presente donde se construye.
- Aprovecha el tiempo. Sabe cuándo debe utilizarlo, lo gestiona eficazmente, dedicándole el tiempo preciso a cada asunto. Piensa que el mejor tiempo es el que dedica a las personas. Mientras los demás dividen el tiempo en minutos, horas o días; nuestro líder lo mide por temas y tareas.
- Sabe convencer. Porque se apoya en un convencimiento propio. Sabe persuadir, es constante y sistemático cuando trata de influir en los demás de manera positiva. Sus habilidades de comunicación forman parte de su personalidad y se basan en un profundo conocimiento de los demás.
- Trabaja en equipo. Da cohesión a su equipo de trabajo. Lo entrena, motiva y dirige aprovechando todas las ocasiones que le brinda su actividad profesional.
- Escucha a sus colaboradores. Esto se traduce en un mejor conocimiento de las necesidades de su gente, para poder alinearlas con las de la organización. Sabe escuchar activamente, deja hablar para así obtener de la mejor forma posible —la directa— la información que le transmiten sus colaboradores.
- Sabe relacionarse. Es su mejor tarjeta de visita. Conoce las reglas sociales de su entorno y las utiliza magistralmente. Es educado y diplomático, entendidos ambos términos en su acepción más académica: con amplio conocimiento de los asuntos y con buenas relaciones para defender los intereses a los que representa.
- Se adapta a su entorno. Como los grandes supervivientes en cualquier dimensión. Para ello utiliza el conocimiento de cada situación, las costumbres o normas implícitas y explícitas que las gobiernan. Es flexible y diplomático en la misma medida que asertivo y firme.
- Tiene autoconfianza. Basada en un buen conocimiento de sí mismo. En su capacidad para desarrollarse y perfeccionarse con cada experiencia nueva, convirtiendo cada revés en un reto y en una experiencia de aprendizaje.
- Es optimista. Vitalista y positivo. Ve el vaso medio lleno y sabe lo que contiene. Sabe cómo conservar la mitad restante y sabe transmitir ese optimismo a su alrededor. Es un optimismo cargado de energía vital.
- Es sensible. Con un buen equilibrio emocional. Tiene, además de mente, un corazón que le garantiza y respalda en sus decisiones. Le ayuda a su equilibrio personal, le motiva y desarrolla como persona.
Como apuntaba al comienzo, hoy más que nunca es preciso reflexionar sobre la necesidad de compaginar Inteligencia Artificial e Inteligencia Emocional y cómo puede llegar a influir en el modo en que vamos transformando la información en conocimiento y, sobre todo, cómo nos vamos a relacionar con los demás.
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