La empatía, es decir, la capacidad para poder sintonizar con las señales sociales sutiles indica qué necesitan o qué quieren los demás. Se trata de una de las superhabilidades sociales a entrenar. Podemos distinguir formas de empatía: La empatía cognitiva, que vendría a significar que comprendemos lo que piensan los demás; hay otra forma de empatía que sería más emocional: comprendo lo que sientes, sé cómo te sientes en este momento y estoy aquí contigo; por último hay un tipo de empatía más afectiva, la que podría sentir un padre/madre por un hijo, y que sería la base de la compasión, en este estadio de empatía (preocupación empática) nuestro sentimiento sería que la otra persona fuese feliz.
Identificar las emociones ajenas nos da una ventaja competitiva frente a otras personas que no poseen esta capacidad. Eso nos permite conectar y sintonizar con sus sentimientos, sus emociones, sus necesidades.
Las personas empáticas tienen una especial sensibilidad para escuchar más allá de las palabras de sus interlocutores, practican la escucha activa. Una forma de escuchar, atendiendo al contenido, las emociones, devolviendo la escucha al otro para que se sienta escuchado, atendido y comprendido sin duda alguna.
¿Sabemos escuchar a los demás?
Escuchar lo hace cualquiera, pero hacerlo para que realmente sea eficaz es otra cosa, requiere una transformación porque la escucha activa no es sólo una herramienta terapéutica o una técnica, es una actitud. Es una disposición interior hacia la otra persona a la que atendemos. Porque al escuchar a la otra persona con nuestro ser estamos en conexión y es en esa conexión donde se produce el cambio. Escuchamos el contenido de lo que nos transmite y los sentimientos y vivencias que ello le producen. Al mismo tiempo estamos comprendiendo y devolviendo a nuestro interlocutor nuestro propio sentimiento. Es en esa reformulación cuando se pone de manifiesto la escucha activa, hacemos que nuestro interlocutor se sienta escuchado, comprendido y no juzgado.
Muchas veces, yo diría que todas las veces, cuando nos hablan para que escuchemos, lo de menos es lo que nosotros digamos, nuestro consejo u opinión es un elemento accesorio y a veces distorsionador frente al acto de la escucha activa.
«Cuando te pido que me escuches y tu empiezas a darme consejos, no has hecho lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches, y tú empiezas a decirme por qué no tendría que sentirme así, no respetas mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches, y tú sientes el deber de hacer algo para resolver mi problema, no respondes a mis necesidades. ¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que hables ni que hagas. Solo que me escuches. Aconsejar es fácil. Pero yo no soy un incapaz. Quizá esté desanimado o en dificultad, pero yo no soy un inútil. Cuando tú haces por mí lo que yo mismo podría hacer y no necesito, no haces más que contribuir a mi inseguridad. Pero cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece, aunque sea irracional, entonces no tengo que intentar hacértelo entender, sino empezar a descubrir lo que hay dentro de mí».O’Donnell, R., La escucha, en Pangrazzi, A
1.- Ejercicio práctico. Mi película favorita es…
En esta actividad desarrollamos un escenario en el que dos interlocutores tienen que establecer un diálogo con motivo de una película o libro que ha marcado a quien hace de narrador. El otro, escuchará lo que le cuente su interlocutor y seguirá una serie de pautas dadas por el monitor de esta dinámica (escucha con distracciones, sin feed-back, con interés sobre los sentimientos del narrador)
El resto del grupo irá analizando los gestos de cada uno de los interlocutores, en algún caso identificándose con alguno de ellos.
Al final del ejercicio, que los narradores comentarán su experiencia de forma diferencial.