Llamamos tecnología al fenómeno que nos envuelve con artefactos y aparatos técnicos de manera cotidiana en nuestro mundo. Así, utilizamos este término para describir peyorativamente a los elementos que nos incordian, otras veces para demostrar los avances que la ciencia ha aplicado en nuestra sociedad. En realidad es eso: Tecnología como elemento que no hace sino configurar nuestro entorno en la Era en que vivimos. Y es que la tecnología nos acompaña desde tiempo atrás. Podríamos situar su origen con Gutemberg en el Renacimiento, cuando transformó una vieja prensa (de prensar) en una máquina que podía hacer libros de manera automática. Con este hito histórico, lejos aún de alcanzar la Sociedad de la Información, la humanidad había dado un gran paso para la globalización y la transmisión de la cultura, de las ideas.
Pero lo cierto es que ha pasado el tiempo y seguimos envueltos en un mundo tecnológico que reclama del hombre un modo nuevo de aprendizaje, de adaptación a cada nuevo entorno que vamos construyendo a nuestro alrededor. A principios del siglo XX, en plena Revolución Industrial, las personas trabajadoras eran un elemento más en la cadena de montaje, una pieza de ese engranaje industrial que conformaba el mundo laboral. Y efectivamente se habían producido avances para la humanidad, se comenzaban a combatir enfermedades de manera más eficaz con el descubrimiento de las causas de éstas y la industrialización de los antibióticos que las vencían. Podíamos recibir noticias de otros lugares, gracias a la radio, más tarde, gracias a la televisión. Podíamos viajar a lugares a una velocidad y con unos niveles de confort increíbles. Y eso no era más que el comienzo. Ya lo vaticinó Da Vinci “llegará el día en que el hombre oirá a quien no esté presente, viajará sin caminar y hablará cuando ya no esté”.
Responder de manera dicotómica a la bondad o maldad de la tecnología o de los avances tecnológicos, nos haría caer en una reducción simplista en la que no habríamos contemplado la variable más importante: el Socio sistema. Si recordamos “La costa de los mosquitos”, película en la que el actor Harrison Ford trataba de llevar la tecnología a un clima inhóspito desde su punto de vista, podemos ver los resultados de su aplicación sin tener en cuenta las consecuencias de tal implantación en un socio sistema aún no preparado para asumirla. Y como final, el fracaso más estrepitoso. Pero esto no es más que una muestra de lo que supone olvidarnos de la variable social.
Muchas son las ventajas para la humanidad de los avances tecnológicos, eso es indudable, aunque también debemos reflexionar sobre los tributos que hemos de pagar como usuarios de esta nueva cultura tecnológica. Uno de ellos, quizás el más importante: la dependencia tecnológica. Y esa dependencia es directamente proporcional al uso cotidiano que hagamos de ella. Aclararé este punto convenientemente.
Vemos a nuestro alrededor infinidad de muestras de este avance tecnológico (teléfonos móviles, ordenadores, etc.) Pues aquellos elementos que han llegado a pertenecer a nuestra realidad más cotidiana son los que con mayor fuerza van conformando nuestra nuevas necesidades y son los que van generando en nosotros esa dependencia a la que antes aludía. El teléfono no se convirtió en una necesidad de primer orden en nuestra cultura hasta que no fue un elemento que compartía una mayoría de hogares; del mismo modo, aunque de manera más vertiginosa, le ha sucedido (o le está sucediendo) al correo electrónico. Del mismo modo le ocurrirá a innovaciones tecnológicas que irán incorporándose a nuestras vidas.
¿Y eso que tiene que ver con las personas? Es bien sencillo, si con el libro de la imprenta de Gutemberg leíamos de manera lineal y teníamos, a lo sumo, acceso a una biblioteca con unos centenares de libros o algunos millares para los más eruditos, con la llegada del hipertexto y de las tecnologías multimedia, hemos cambiado nuestra manera de asimilar conocimiento, hemos cambiado nuestra estructura cognitiva y, en definitiva, hemos cambiado nuestra manera de acceder al conocimiento, a un conocimiento más universal y al mismo tiempo más accesible.
Pues bien, ese cambio en nuestra estructura cognitiva, nos lleva por una nueva manera de acceder al conocimiento, pasando por una información que se nos brinda al alcance de la mano, aunque dispuesta en hipervínculos. Este nuevo modo de aprendizaje nos impone sus leyes: debemos ser más selectivos a la hora de incorporar nuevos contenidos. Es tal cantidad de información que se nos presenta desde la gran Red, que si no estamos atentos nos podemos encontrar perdidos ante tan abrumadora oferta.
Es preciso incidir en que la dependencia tecnológica a la que nos referíamos antes, abarca de manera particular a la Red. Podemos afirmar que un porcentaje importante de nuestro tiempo lo dedicamos a navegar por Internet. Esto, que puede suponer para las empresas pérdidas millonarias a causa del número de horas que se pierden, supone un número de horas en los adolescentes muy superior a las que dedican al estudio, a las relaciones interpersonales o al deporte. Tendríamos que reflexionar sobre esta paradoja: la gran Red, que es sinónimo de interacción, de intercambio más allá de las fronteras convencionales ¿No será en realidad un elemento que aísla al ser humano?
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Creo que aún siendo una excelente fuente de información la red, si ha interferido en las relaciones personales de los individuos, nos hemos convertido en «esclavos» de la red, pues es mas el tiempo que pasamos intentando interactuar con alguien mas, que de utilizarla como una herramienta para el crecimiento intelectual.
A muy interesante que nos invita a la reflexión, así es, Maria A.
La tecnología nos esta copando el campo social. No lo permitamos….
Esa debe ser nuestra tarea, no permitir que la tecnología anule las relaciones sociales.